Adentro el viento
Acerca de la muestra individual de Guillermo Córdoba en Sur Taller, La Rioja
Sobre una superficie indefinida el pincel se mueve casi con autonomía, desparrama color con decisión y transforma. Define y marca límites, como los límites marcados con línea interrumpida en un libro para colorear. Una caminata lenta y desordenada por la orilla serpenteante de un arroyo. Un arroyo que se convierte en una versión modesta del río de Heráclito. ¿Existe otro tiempo en los pueblos? El tiempo en los pueblos tiene olor a tomillo, a menta y a poleo. El tiempo en los pueblos tiene el color del pan recién horneado en un horno de barro y el del sol atrapado en los membrillos. La sombra fresca de un bosquecillo de talas.
El viento mueve las hojas y en ese movimiento, por instantes se vuelven plateadas. Las hormigas dibujan senderos en el tronco de los talas. No se piensa ni se habla nada. Esa sucesión de sensaciones evitan el tedio de una historia que contar. La pintura carece de un modelo que representar. Con la mente en blanco se intenta romper la representación, cascar la narración, impedir la ilustración, liberar la figura: atenerse al hecho. ¿Cómo se hace para no pensar en nada? Un perro amarillo se despereza sobre una manta que alguna vez fue verde y ahora gris. Canta algún pájaro, una yegua y su potrillo levantan tierra blanca al trotar y relinchan. En los pliegues de la memoria la letra de una canción vieja se obstina en no ser recordada. Quizás el cansancio y el dolor de algún músculo aparezcan para permitir no pensar en lo que se hace, solo para distraer. El viento como la pintura cambia el paisaje. Como la pintura cambia la gente. Mucho viento, lo notan las ventanas que se agitan, lo notan los arboles que se mueven. Todo cambia, así nomás, como sin querer.
Hugo Albrieu, 2016.